jueves, 14 de mayo de 2015

Quimeras de un niño de treinta

                                                                                    "La edad no tiene que ver con el tiempo 
                                                                                       sino con el espíritu", Malacara Estepario. 


A mis treinta comprendí algunas cosas que no lograba comprender.    
Cosas básicas que todos saben, como que uno debe cuidarse
para no salir lastimado.
Pero esto no lo puedo hacer. Quizás sea mi omnipotencia lo que
me hace creer que ya no puedo sufrir más de lo que sufrí. Tal vez, las
palabras que se van pegando en los renglones luego de volver a golpearme,
o un dejo de masoquismo que me persigue de algún tiempo
remoto que no conozco.
No sé, no creo poder saberlo en estos tiempos y cuando digo
tiempos, digo esta vida. Digo este espíritu que nada tiene que ver
con los años.
Entonces sigo entregando el corazón, lo regalo por ahí, con la
certeza de que si lo destruyen a patadas el seguirá latiendo en algún
papel, con la alegría de su revivir rojo entre los escombros y las bombas
de sangre.
Porque siempre sigue latiendo el corazón, más allá de las lágrimas,
más allá de la angustia y la ansiedad que se enredan en la mente.
A mis treinta comprendí, también, algunas cosas que no creía
comprender.
Entendí, que no sólo me entrego para sufrir y seguir escribiendo
desde la melancolía, sino que es otra cosa, tan diminuta y sencilla, que
a veces se vuelve imperceptible.
Esa pequeña ilusión de que alguien recoja mi alma y la cuide y la
guarde junto a la suya.
Aunque esto limite mi creación literaria y por más que deje un
poco de escribir, si llega ese día, conviviré con la ausencia del papel.
Porque lo dejo todo, y me voy a donde nos lleve la vida. A los
rincones que no puedo imaginar. A los colores que no conozco.
A los treinta, creo que comprendí lo que es el amor. Y aunque
éste, inevitable y progresivamente, parezca alejarse del mundo, sigo
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apostando, hago girar la ruleta para que vuelva a salir el rojo. Si no
sale, vuelvo a escribir, y sí sale, lo dejo todo, porque eso es el amor.
Dejarlo todo.
¿Qué guerras habría si se abandonasen los ideales por una historia
de amor.
¿Cuántos judíos hubieran muerto, si Hitler se hubiera escapado
con su secretaria a bañarse desnudo a un lago.
¿Existirían los dictadores si se dejasen acariciar el alma.
El mundo está lleno de miedosos que se esconden en su egoísmo,
personas que no se abren para no sufrir consecuencias.
A mis treinta me bajo de él. Y si ya no escribo, no es que esté
mal, es que me fui de viaje. Con otro corazón, flotando en una caja de
fósforos, vacía.
Porque lo dejo todo.
No es que esté mal, es que escapo un poco al purgatorio. Con
otro corazón, navegando en un ramo de nubes.
Porque lo dejo todo.
No es que esté mal, es que fui en busca de otra ilusión, la de
volver a escribir ahora junto a otro corazón.
Sólo entonces, quizás pueda escribir sobre el amor.
Cosa que nunca me sale, ni siquiera a los treinta.



Del libro Cajita de Cartón


    

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